Tegucigalpa, Honduras
Las distintas etapas del extinto asesor en seguridad, Alfredo Landaverde, fueron plasmadas en una serie de cuentos cortos para destacar los valores éticos y morales en el tercer aniversario de su vil asesinato.
La colección, escrita por Helen Gutiérrez, fue titulada “Había una vez… un héreo llamado Alfredo Landaverde”, una serie de piezas ilustradas con caricaturas que hablan sobre los momentos de este personaje en su niñez, juventud, sus dotes de amigo y líder, entre otros.
Alfredo Landaverde murió acribillado el 7 de diciembre de 2011, cuando sujetos que iban en motocicleta lo interceptaron en el vehículo en el que se transportaba junto a su esposa, Hilda Caldera, a la altura de la intersección entre la colonia 21 de Octubre y la San Miguel, de Tegucigalpa. Así callaron a uno de los hombres que hacía una de las críticas más duras contra el crimen y la colusión de las autoridades.
A continuación se transcriben tres de los nueve cuentos del libro.
Alfredo niño: Solidaridad y desprendimiento
En el año 1940 en un sitio llamado La Lima, Cortés, nació un niño a quien su papá, Carlos Alberto Landaverde, y su mamá, María Romelia Hernández, llamaron Gustavo Alfredo, o como luego le dirían sus amigos, el “Indio” Landaverde.
En las espesas fincas de banano de la Tela Railroad Company, Alfredo y sus tres hermanos iban a la escuela y cumplían con sus deberes, y por la tarde se iban a jugar pelota o a las escondidas.
Alfredo era uno de los niños más altos de la escuela y sobresalía a la hora del recreo, y aunque era uno de los más grandes, nunca abusó de nadie por su ventaja física. Le disgustaba que se burlaran de los más pequeños o que menospreciaran a los niños pobres, siempre defendió a los más débiles, era muy solidario y no le gustaba ver sufrir a nadie.
En vacaciones se levantaban de madrugada con sus hermanos y hermana para ir a pescar y luego almorzaban unos riquísimos pescados fritos.
Un día su mamá se tuvo que ir de la casa y los cuatro hermanos se quedaron con su papá, quien asumió la responsabilidad de educarlos. Don Carlos era administrador de fincas y se iba muy temprano y regresaba muy tarde a la casa.
Como hermano mayor, Alfredo siempre estaba pendiente de que sus hermanos comieran y cumplieran con sus labores diarias. Como era niño, también le encantaba jugar con sus hermanos menores y amigos. Si había una pequeña riña entre ellos, ya que su carácter era fuerte, al final terminaban perdonándose y riéndose unos de otros.
Como Alfredo era el hermano mayor, era de carácter fuerte, siempre estaba pendiente de sus hermanos, de que comieran y estuvieran limpios, velaba porque cumplieran con sus labores diarias, pero como todos eran pequeños, a veces no faltaba una pequeña riña entre ellos, pero al final, terminaban perdonándose y riéndose unos de otros.
Alfredo era muy noble y compartía con sus amigos y amigas todo lo que él tenía. Si miraba a un niño o una niña sin comer en el recreo, él le daba de su comida. Un día pasaba por la casa un niño muy pobre, justo cuando estaban cenando, y Alfredo al darse cuenta le entregó su comida al niño. Esa noche se quedó sin cenar por querer ayudar a alguien más.
Casi siempre andaba con poco dinero porque era desprendido y trataba de ayudar a quien podía; a veces le pedía prestado a su hermana, que era muy ordenada con sus cuentas.
Alfredo era un niño muy inteligente y le gustaba mucho leer; cuando no estaba jugando, estaba leyendo, escuchando la radio, viendo televisión. Era muy curioso y le gustaba conocer sobre todo lo que pasaba en el país y en el mundo.
Ahora juguemos a pintar el dibujo de Alfredo jugando pelota en el campo de la finca.
Alfredo esposo: Amor y compartir
Alfredo era un hombre que viajaba mucho dentro y fuera del país. Le gustaba ir a los pueblos más lejanos de Honduras, pero también viajaba a otros países para estudiar, conocer y compartir con expertos sobre temas importantes para cambiar la realidad de Honduras.
En el año de 1978 tuvo que viajar a Venezuela, donde tenía muchos conocidos, para asistir a un curso de formación política de alto nivel; allí se reencontró con otros líderes fundadores y comprometidos con la difusión de la Doctrina Social Cristiana en Latinoamérica.
En Venezuela fue donde conoció a Hilda Emperatriz Caldera Tosta. Se conocieron en la institución donde él estaba estudiando, Hilda trabajaba en la biblioteca y la veía a menudo, ya que a él le encantaba leer, y cada tarde se iba a estudiar allí.
Comenzaron una muy bonita amistad, él la ayudaba con sus tareas de estadísticas –ella estaba estudiando sociología-, pasaban horas conversando y compartían sueños en común, como el compromiso social y el ideal social cristiano que ambos tenían.
Alfredo también le contaba a Hilda sobre Honduras, le hablaba de las bellas playas de La Ceiba y de Islas de la Bahía, de los mariscos del sur, el clima y las montañas tan bellas de Marcala. También compartía con ella la situación de la pobreza, la exclusión y corrupción que había en su país.
Con el tiempo, lo que empezó como una buena amistad, se convirtió en amor. Cuando Alfredo regresó a Honduras, después de haber terminado sus estudios, no pasaron más de dos años antes de pedirle a Hilda que se casara con él, que viviera en Honduras y que su patria fuera también la de ella.
Hilda, de buena posición económica, sabía que Alfredo no era un hombre adinerado, pero admiraba sus valores, inteligencia, su solidaridad para ayudar a los otros y le encantaba su compañía, así que decidió casarse con Alfredo y aprendió a querer a Honduras con el mismo amor que Alfredo tenía por ella. Con los años tuvieron una hija, a quien llamaron también Hilda.
Fueron 30 años de matrimonio, con altos y bajos; como todas las personas, tuvieron problemas y desaciertos, pero eso no los detuvo ni los separó, ya que buscaron a Dios para conservar su matrimonio, y es así como estuvieron muchos años en la iglesia colaborando juntos como familia.
La mayoría del tiempo Alfredo e Hilda andaban juntos, eran buenos compañeros de trabajo, de proyectos, de sueños, siempre se decían la verdad, aunque fuera difícil de escuchar, había un gran respeto y admiración mutua, y el amor entre ellos, y Dios hizo que sobrellevaran algunas dificultades económicas, de personalidad y enfermedad, principalmente en los últimos años de vida de Alfredo.
Nunca esperaron que en una mañana cualquiera, cuando ambos salían de su hogar para hacer sus diligencias, unos asesinos los iban a atacar, quitándole la vida a Alfredo e hiriendo con una bala a Hilda.
Los responsables de este hecho separaron esta pareja que se amó profundamente, pero no pudieron destruir sus ideales y su legado.
Alfredo papá: Sencillez y ejemplo
Ahora ha llegado el momento de hablar de Alfredo Landaverde como papá.
Alfredo tuvo tres hijas: Elvia María, Ana Cristina e Hilda Carolina, también llamada Hildita.
Hilda Carolina cuenta que su papá era un hombre muy noble y servicial, y a su casa llegaban campesinos, trabajadores, jardineros, diputados, ministros, altos oficiales e intelectuales, y su papá siempre los trataba a todos con la misma gentileza y amabilidad, ya que para él todas las personas eran iguales. No importaba su condición económica y social, por lo que Hildita creció viendo el ejemplo de su padre.
Su casa en Santa Lucía es muy acogedora, llena de recuerdos de viajes, una gran biblioteca con libros de todo tipo de temas y un jardín que siempre dio la bienvenida a todos los invitados a la casa.
Hildita recuerda las mañanas que su papá se levantaba para regar sus plantas, y cuenta que a veces la regañaba porque ella no lo quería ayudar a regar o sembrar, pero ahora entiende la importancia de los árboles, de las plantas y los animalitos.
Para ella su padre fue extraordinario, la apoyó en todas sus actividades de la escuela y en la universidad, cuando podía la iba a buscar y la llevaba a sus compromisos. Conversaban mucho y en varias ocasiones tuvieron sus diferencias, pero nunca una pelea duraba hasta la noche.
Alfredo, junto a otros amigos como Elías Sánchez y Mauricio Torres lucharon por el medio ambiente, investigaron y desarrollaron la agricultura orgánica. Él era un apasionado por la defensa de la naturaleza, y se entristecía cuando había un incendio en el bosque. En estas ocasiones solía preguntarse: ¿qué les estamos heredando a los niños y niñas, un desierto?
Alfredo siempre le dio a sus hijas un ejemplo de humildad. Cuando trabajaba en la Policía, él tenía derecho a tener un guardaespaldas, pero nunca aceptó esos privilegios. Cuenta Hildita que cuando ella era adolescente, quería salir a fiestas e ir a discotecas, pero por ser menor de edad no tenía cédula de identidad y su papá le decía que aunque tenía un cargo en la Policía, no iba a mover ni un dedo para sacarla de la cárcel, porque estaba violando la ley al no tener documento de identificación.
Desde siempre, Alfredo fue su mayor ejemplo y recibió de él los principios cristianos.
Cuando Hilda era adolescente fue parte y líder de los movimientos juveniles salesianos y llevó a sus padres allí, para que compartieran y se reunieran con otras familias, para buscar más de Dios y ayudar al prójimo.
Hilda Carolina cuenta que ahora se siente comprometida con Honduras, con su familia y la memoria de su padre, y cree que todos podemos ser héroes, grandes ciudadanos y hondureños ejemplares.
Ahora Hildita no tiene papá, lo asesinaron por decir la verdad y porque era un hombre muy valiente.
Fuente: http://www.elheraldo.hn/alfrente/774445-331/hab%C3%ADa-una-vez-un-h%C3%A9roe-llamado-alfredo